Dame un punto de apoyo y moveré la tierra.

Dame un punto de apoyo y moveré la tierra.

somos agua pero todavía morimos de sed, aire pero aún no sabemos cómo elevarnos, fuego pero incapaces de dar calor, tierra pero nos asusta volver a ella, somos dioses con complejo de hombre, capases de crear un universo unicamente nuestro,pero nos falta amor, y fe.

LA LEY DEL "KARMA" O DE CAUSA Y EFECTO

Cada acción genera una fuerza de energía que regresa a nosotros de igual manera...

Cosechamos lo que sembramos.

Y cuando optamos por acciones que les producen alegría y éxito a los demás, el fruto de nuestro karma es también alegría y éxito.



El karma es la afirmación eterna del libre albedrío... Nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestros actos son los hilos de la red que tendemos a nuestro alrededor.

SWAMI VIVEKANANDA



La tercera ley espiritual del éxito es la ley del karma. El "karma" es a la vez la acción y la consecuencia de esa acción; es causa y efecto al mismo tiempo, porque toda acción genera una fuerza de energía que vuelve a nosotros de igual manera. No es desconocida la ley del karma; todo el mundo ha oído la expresión "Cosechamos lo que sembramos". Es obvio que si deseamos crear felicidad en nuestra vida, debemos aprender a sembrar las semillas de la felicidad. Así, el karma entraña la acción que resulta de las decisiones conscientes.

En esencia, todos somos escogedores de opciones infinitas. En todo momento de nuestra existencia estamos en el campo de todas las posi­bilidades, donde tenemos acceso a un número in­finito de opciones. Algunas de estas opciones se escogen conscientemente, mientras que otras se eligen inconscientemente. Pero la mejor ma­nera de comprender y utilizar al máximo la ley kármica es que seamos conscientes de las decisio­nes que tomamos en todo momento.

Sea que nos guste o no nos guste, todo lo que está sucediendo en este momento es producto de las decisiones que tomamos en el pasado. Infor­tunadamente, muchos de nosotros escogemos in­conscientemente, y, por tanto, no nos damos cuenta de que estamos frente a un abanico de op­ciones; sin embargo, lo estamos.

Si yo insultara a alguien, lo más seguro es que esa persona optara por ofenderse. Si yo le hi­ciera un cumplido, lo más probable es que optara por sentirse complacida o halagada. Pero pense­mos en esto: siempre hay una opción. Yo podría insultarla, y esa persona podría optar por no ofen­derse. Yo podría hacerle un cumplido, y ella podría optar por no permitir que mi elogio la afectara.

En otras palabras, la mayoría de nosotros - aunque escogedores de opciones infinitas - nos hemos convertido en haces de reflejos condicio­nados, los cuales son constantemente provoca­dos por las personas y las circunstancias, en for­ma de comportamientos predecibles. Estos reflejos condicionados son como los de Pávlov. Pávlov se hizo famoso por demostrar que si se le da algo de comer a un perro cada vez que suena una campa­na, pronto el perro comienza a salivar cuando oye la campana, porque asocia un estímulo al otro.

La mayoría de nosotros, como consecuencia del condicionamiento, respondemos de manera repetitiva y predecible a los estímulos de nuestro medio ambiente. Al parecer, nuestras reacciones son provocadas automáticamente por las perso­nas y por las circunstancias, y así olvidamos que esas reacciones son opciones que escogemos en cada momento de nuestra existencia. Sucede simplemente que escogemos esas opciones incons­cientemente.


Si nos detenemos un momento y observamos las opciones que escogemos en el instante mismo en que las escogemos, ese simple acto de conver­tirnos en espectadores nos permite sacar todo el proceso del reino del inconsciente para traerlo al reino de la conciencia. Este procedimiento de elección y de observación conscientes da mucho poder.

Cuando hagamos una elección - cualquier elección - hagámonos dos preguntas. En primer lugar: "¿Cuáles son las consecuencias de escoger este camino?" El corazón nos lo dirá inmediata­mente. Y en segundo lugar: "¿Traerá esta decisión que estoy tomando felicidad para mí y para quie­nes me rodean?" Si la respuesta es afirmativa, si­gamos adelante. Si la respuesta es negativa, si se trata de una opción que nos traerá sufrimiento a nosotros o a quienes nos rodean, abstengámonos de escoger ese camino. Es así de sencillo. Solamente hay una opción, entre el número infinito de opciones que se presentan a cada se­gundo, que puede traernos felicidad a nosotros y a quienes nos rodean. Elegir esta opción produce una forma de comportamiento que se conoce con el nombre de acción correcta espontánea. La ac­ción correcta espontánea es la acción apropiada que se toma en el momento oportuno. Es la res­puesta correcta a cada situación, en el momento en que se presenta. Es la acción que nos nutre, a nosotros y a todas las demás personas a quienes ella afecta.

El universo tiene un mecanismo muy intere­sante para ayudarnos a tomar decisiones correc­tas espontáneamente. Este mecanismo se relacio­na con las sensaciones del cuerpo, las cuales son de dos tipos: de bienestar o de malestar. En el ins­tante mismo en que estemos tomando una deci­sión conscientemente, prestemos atención a nues­tro cuerpo y preguntémosle: "¿Qué pasa si opto por esto?" Si el cuerpo nos envía un mensaje de bienestar, es la decisión correcta; si da señales de malestar, entonces no es el camino apropiado.

Algunas personas sienten el mensaje de bien­estar o malestar en la zona del plexo solar, pero la mayor parte de la gente lo siente en el área del corazón. Prestemos conscientemente atención al corazón y preguntémosle qué debemos hacer. Des­pués esperemos la respuesta - una respuesta físi­ca en forma de sensación. Podrá estar en el nivel más sutil de sensación, pero estará ahí, en nues­tro cuerpo.

Sólo el corazón sabe la respuesta correcta. La mayoría de las personas piensan que el corazón es sensiblero y sentimental, pero no es así. El cora­zón es intuitivo; es holístico, es contextual, es relacional. No se orienta a perder o a ganar. Tie­ne acceso al computador cósmico - el campo de la potencialidad pura, del conocimiento puro y del infinito poder organizador - y toma todo en cuenta. En algunas ocasiones, quizás no parezca razonable, pero la verdad es que su capacidad de computación es mucho más exacta y mucho más precisa que la de cualquier cosa que se encuentre dentro de los límites del pensamiento racional.

Podemos utilizar la ley del karma para crear di­nero y abundancia, y hacer que todas las cosas buenas fluyan hacia nosotros cuando lo deseemos. Pero primero debemos tomar conciencia de que el futuro es el producto de las decisiones que tomamos en cada momento de nuestra vida. Si ha­cemos esto con regularidad, estaremos utilizando plenamente la ley del karma. Cuanto más traiga­mos nuestras decisiones al plano de la conciencia, más podremos escoger aquellas opciones que sean correctas espontáneamente - tanto para noso­tros como para quienes nos rodean.



¿Qué pasa con el karma del pasado y cómo influye en nosotros ahora? Con respecto al karma pasado, se pueden hacer tres cosas: La primera es pagar las deudas kármicas. La mayoría de la gente escoge hacer esto - inconscientemente, claro está. Ésta también puede ser nuestra opción. Al­gunas veces, el pago de esas deudas implica mu­cho sufrimiento, pero la ley del karma dice que en el universo jamás queda una deuda pendiente. El sistema contable de este universo es perfecto, y todo es un intercambio constante, de un lado a otro, de energía.

La segunda posibilidad es transformar o con­vertir el karma en una experiencia más deseable. Éste es un proceso muy interesante, en el cual uno se pregunta, mientras paga la deuda kármica: "¿Qué puedo aprender de esta experiencia? ¿Por qué me está sucediendo esto y cuál es el mensaje que el universo trata de comunicarme? ¿Cómo puedo hacer que esta experiencia sea útil para mis congéneres los seres humanos?"

Haciendo esto, buscamos el principio de la oportunidad, para luego unirlo con nuestro dharma, o sea el propósito de nuestra vida, del cual hablaremos en la séptima ley espiritual del éxito. Esto nos permite convertir el karma en una nue­va experiencia.

Si, por ejemplo, nos fracturamos una pierna practicando un deporte, podríamos preguntarnos: "¿Qué puedo aprender de esta experiencia? ¿Cuál es el mensaje que el universo trata de comunicar­me?" Quizás el mensaje sea que necesitamos to­mar las cosas con calma y tener más cuidado o prestar más atención a nuestro cuerpo la próxima vez. Y si nuestro dharma es enseñar a otros lo que sabemos, entonces al preguntarnos: "¿Cómo pue­do hacer que esta experiencia sea útil para mis congéneres los seres humanos?", podríamos optar por compartir lo que aprendimos escribiendo un libro sobre la manera de practicar deportes sin ries­go; o podríamos diseñar un zapato especial o un protector para las piernas que evitara ese tipo de lesión.

De este modo, a la vez que pagamos nuestra deuda kármica, habremos convertido la adversi­dad en un beneficio que puede traernos riqueza y realización. En eso consiste la transformación del karma en una experiencia positiva. En realidad, no nos hemos librado de nuestro karma, pero po­demos aprovechar un episodio kármico para crear un karma nuevo y positivo a partir de él.

La tercera manera de enfrentar el karma es trascendiéndolo. Trascender el karma es indepen­dizarse de él. La manera de trascender el karma es entrar constantemente en el espacio de la conciencia pura para sentir el yo, el espíritu. Es como lavar un trapo sucio en una corriente de agua; cada vez que se lava, desaparecen algunas man­chas, y si se lava una y otra vez, cada vez queda más limpio. Limpiamos o trascendemos el karma entrando y saliendo del espacio de la conciencia pura. Esto, claro está, se hace mediante la prácti­ca de la meditación.

Todos los actos son episodios kármicos; beber una taza de café es un episodio kármico. Esa ac­ción genera recuerdo, y el recuerdo tiene la capa­cidad o la potencia de generar deseo, y el deseo genera nuevamente una acción. El sistema opera­cional del alma consta de karma, recuerdo y de­seo. El alma es un haz de conciencia en el cual residen las semillas del karma, el recuerdo y el deseo. Cuando tomamos conciencia de esto, nos convertimos en generadores de realidad conscien­tes. Tomando conciencia de las elecciones que hacemos, comenzamos a generar acciones que en­cierran un proceso de evolución tanto para noso­tros como para todos los que nos rodean. Y eso es todo lo que necesitamos hacer.

Mientras el karma sea evolutivo - tanto para el yo como para todos los afectados por el yo - los frutos del karma serán la felicidad y el éxito.



CÓMO APLICAR LA LEY DEL "KARMA" O DE CAUSA Y EFECTO


Pondré a funcionar la ley del karma compro­metiéndome a hacer lo siguiente:



1) Hoy observaré las decisiones que tome en cada momento. Y con el simple hecho de observar esas decisiones, las traeré a mi conciencia. Sabré que la mejor manera de prepararme para cualquier momento en el futuro es estar totalmente consciente en el presente.



2) Siempre que haga una elección me formula­ré dos preguntas: "¿Cuáles son las consecuen­cias de esta decisión?" y "¿Traerá esta deci­sión felicidad y realización tanto para mí como para aquellos a quienes afectará?"



3) Después le pediré orientación a mi corazón, y me dejaré guiar por su mensaje de bienes­tar o de malestar. Si me siento a gusto con la decisión, seguiré adelante sin temor. Si la decisión me produce malestar, me detendré a mirar las consecuencias de mi acción con mi visión interior. Esta orientación me per­mitirá tomar espontáneamente decisiones correctas tanto para mí como para todos los que me rodean.



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LA LEY DEL MENOR ESFUERZO





La inteligencia de la naturaleza funciona con toda facilidad... con despreocupación, con armonía y con amor.

Y cuando aprovechamos las fuerzas de la armonía, la alegría y el amor, creamos éxito y buena fortuna con gran facilidad.



Un ser integral conoce sin viajar, ve sin mirar, y realiza sin hacer.

Lao-TSE



La cuarta ley espiritual del éxito es la ley del menor esfuerzo. Esta ley se basa en el hecho de que la inteligencia de la naturaleza funciona con toda facilidad y despreocupación. Ése es el principio de la menor acción, de la no resisten­cia. Por consiguiente, es el principio de la armo­nía y el amor. Cuando aprendemos esta lección que nos enseña la naturaleza, satisfacemos con facilidad nuestros deseos.

Si observamos la naturaleza, veremos que ella utiliza un esfuerzo mínimo para funcionar. La hier­ba no tiene que hacer ningún esfuerzo para cre­cer; sencillamente, crece. Los peces no se esfuer­zan para nadar; sencillamente, nadan. Las flores no hacen ningún esfuerzo para abrirse; sencillamente, se abren. Las aves no se esfuerzan para volar; sencillamente, vuelan. Ésa es su naturaleza intrínseca. La Tierra no se esfuerza para girar so­bre su eje; es su naturaleza girar a velocidad verti­ginosa en el espacio. Es la naturaleza de un bebé estar siempre en estado de dicha. Es la naturaleza del sol brillar. Es la naturaleza de las estrellas titi­lar y destellar. Y es la naturaleza humana hacer que los sueños se conviertan en realidad, con fa­cilidad y sin esfuerzo.

En la ciencia védica, la filosofía milenaria de la India, este principio se conoce como econo­mía de esfuerzo, o "hacer menos para lograr más". Al final, llegamos al estado en que sin hacer nada lo realizamos todo. Esto significa que una ligera idea puede convertirse en realidad sin esfuerzo al­guno. Lo que conocemos normalmente como "mi­lagros" son en realidad manifestaciones de la ley del menor esfuerzo.

La inteligencia de la naturaleza funciona sin esfuerzo, sin resistencia, espontáneamente. No es lineal; es intuitiva, holística y estimulante. Y cuando estamos en armonía con la naturaleza, cuando estamos seguros del conocimiento de nuestro verdadero yo, podemos utilizar la ley del menor esfuerzo.

Es mínimo el esfuerzo que hacemos cuando nuestros actos brotan del amor, porque es la ener­gía del amor la que aglutina la naturaleza. Cuan­do tratamos de conseguir el poder para controlar a los demás, gastamos energía. Cuando buscamos el dinero o el poder para satisfacer al ego, gasta­mos energía persiguiendo la ilusión de la felici­dad, en lugar de disfrutar la felicidad del momen­to. Cuando anhelamos el dinero para beneficio personal únicamente, cortamos el flujo de ener­gía hacia nosotros e impedimos la expresión de la inteligencia de la naturaleza. Pero cuando nues­tras actuaciones nacen del amor, no hay desper­dicio de energía. Cuando nuestros actos brotan del amor, la energía se multiplica y se acumula - y el exceso de energía que recogemos y disfruta­mos puede canalizarse para crear cualquier cosa que deseemos, incluida la riqueza sin límites.

Podemos considerar el cuerpo como un apa­rato para controlar la energía: puede generar, al­macenar y gastar energía. Si sabemos cómo gene­rar, almacenar y gastar la energía de una manera eficiente, podemos crear cualquier cantidad de riqueza. Fijar nuestra atención en el ego consume la mayor parte de la energía. Cuando nuestro pun­to interno de referencia es el ego, cuando busca­mos poder y control sobre los demás, o la aproba­ción del resto del mundo, desperdiciamos nuestra energía.

Sin embargo, cuando liberamos esa energía podemos recanalizarla para crear cualquier cosa que deseemos. Cuando nuestro punto interno de referencia es nuestro espíritu, cuando nos volve­mos inmunes a la crítica y perdemos el temor a los desafíos, podemos aprovechar el poder del amor y utilizar creativamente la energía para vi­vir la abundancia y la evolución.

En El arte de soñar, don Juan le dice a Carlos Castañeda: "Gastamos la mayor parte de nuestra energía sosteniendo nuestra importancia... Si pu­diéramos perder parte de esa importancia, nos sucederían dos cosas extraordinarias. Una, libe­raríamos la energía que se mantiene atada alimen­tando la idea ilusoria de nuestra grandeza; y dos, nos proveeríamos de suficiente energía para ... vis­lumbrar la grandeza real del universo".



La ley del menor esfuerzo tiene tres componen­tes - tres cosas que podemos hacer para poner en funcionamiento este principio de "hacer me­nos para lograr más". El primer componente es la aceptación. Aceptar significa sencillamente con­traer un compromiso: "Hoy aceptaré a las perso­nas, las situaciones, las circunstancias y los he­chos tal como se presenten". Eso significa que sabremos que este momento es como debe ser, por­que todo el universo es como debe ser. Este mo­mento - el que estamos viviendo ahora mismo - es la culminación de todos los momentos que hemos vivido en el pasado. Este momento es como es porque todo el universo es como es.

Cuando luchamos contra este momento, en realidad luchamos contra todo el universo. En lu­gar de eso, podemos tomar la decisión de no lu­char hoy contra todo el universo, no luchando contra este momento. Eso significa que nuestra aceptación de este momento es total y completa. Aceptamos las cosas como son, no como quisié­ramos que fueran, en este momento. Es impor­tante comprender esto: podemos desear que las cosas sean diferentes en el futuro, pero en este momento debemos aceptarlas como son.

Cuando nos sintamos frustrados o estemos molestos a causa de una persona o una situación, recordemos que nuestra reacción no es contra la persona o la situación, -sino contra nuestros sen­timientos acerca de esa persona o esa situación. Ésos son nuestros sentimientos, y nadie tiene la culpa de ellos. Cuando reconozcamos y compren­damos esto plenamente, estaremos listos para asu­mir la responsabilidad de lo que sentimos y para cambiarlo. Y si podemos aceptar las cosas como son, estaremos listos para asumir la responsabili­dad de nuestra situación y de todos los sucesos que percibimos como problemas.

Esto nos lleva al segundo componente de la ley del menor esfuerzo: la responsabilidad. ¿Qué significa responsabilidad? Significa no culpar a na­die o a nada - ni siquiera a nosotros mismos - de nuestra situación. Una vez aceptado un suce­so, un problema o una circunstancia, responsabi­lidad significa la capacidad de tener una respues­ta creativa a la situación tal como es en este momento. En todos los problemas hay un princi­pio de oportunidad, y esta conciencia nos per­mite aprovechar el momento y transformarlo en una situación o una cosa mejor.

Cuando hacemos esto, toda situación supues­tamente enojosa se convertirá en una oportuni­dad para crear algo nuevo y bello; y todo supues­to torturador o tirano se convertirá en maestro. La realidad es una interpretación. Y si optamos por interpretar la realidad de esta manera, ten­dremos muchos maestros a nuestro alrededor, y muchas oportunidades para evolucionar.

Siempre que enfrentemos a un tirano, tortu­rador, maestro, amigo o enemigo (todos son la mis­ma cosa), recordemos: "Este momento es como debe ser". Cualesquiera que sean las relaciones que tengamos en este momento de nuestra vida, son precisamente las que necesitamos en este mo­mento. Hay un significado oculto detrás de todos los acontecimientos, y ese significado oculto está trabajando a favor de nuestra evolución.

El tercer componente de la ley del menor es­fuerzo es asumir una actitud no defensiva, lo que significa que nuestra conciencia abandona su actitud defensiva y nosotros renunciamos a la ne­cesidad de convencer o persuadir a los demás de que nuestro punto de vista es el correcto. Si ob­servamos a las personas que nos rodean, veremos que ellas pasan el noventa y nueve por ciento del tiempo defendiendo sus puntos de vista. Si senci­llamente renunciamos a la necesidad de defender nuestro punto de vista, a través de esa renuncia lograremos acceso a una cantidad enorme de ener­gía que anteriormente desperdiciábamos.

Cuando estamos a la defensiva, cuando cul­pamos a los demás y no aceptamos ni nos rendi­mos ante el momento, nuestra vida se llena de resistencia. Cada vez que encontremos resisten­cia, reconozcamos que forzar la situación sólo au­mentará la resistencia. No es bueno alzarse rígido como un gran roble que se agrieta y sucumbe a la tempestad; al contrario, debemos tratar de ser flexibles como la caña que se dobla en la tormen­ta y sobrevive.

Desistamos completamente de defender nues­tro punto de vista. Cuando no hay un punto que defender, no puede haber discusión. Si hacemos esto constantemente - si dejamos de luchar y de resistirnos - viviremos plenamente el presente, el cual es un regalo. Alguien me dijo una vez que "el pasado es historia, el futuro es un misterio, y este momento es un regalo. Por esa razón este mo­mento se denomina «el presente»".

Si abrazamos el presente y nos volvemos uno con él, si nos fusionamos con él, sentiremos un fuego, un brillo, una chispa de energía palpitando en cada ser consciente. A medida que experi­mentemos este júbilo del espíritu en cada ser vivo, cuando entremos en intimidad con él, la dicha nacerá en nuestro interior y podremos deshacer­nos de las terribles cargas y molestias de la acti­tud defensiva, el resentimiento y el rencor. Sólo entonces nos sentiremos despreocupados, festivos, alegres y libres.

En medio de esta libertad alegre y sencilla, sabremos sin duda en nuestro corazón que lo que deseemos estará disponible para nosotros cuando lo deseemos, porque nuestro deseo vendrá del ni­vel de la felicidad, y no del nivel de la ansiedad o el temor. No necesitamos justificarnos; simple­mente declaremos nuestro propósito ante noso­tros mismos, y experimentaremos realización, de­leite, alegría, libertad y autonomía en todos los momentos de nuestra vida.

Comprometámonos a seguir el camino de la no resistencia. Ése es el camino a través del cual la inteligencia de la naturaleza se desarrolla es­pontáneamente, sin resistencia ni esfuerzo. Cuan­

do alcancemos esa deliciosa combinación de acep­tación, responsabilidad e indefensión, sentiremos la facilidad con que fluye la vida.

Si permanecemos abiertos a todos los puntos de vista - no aferrados rígidamente a uno -, nuestros sueños y nuestros deseos fluirán con los deseos de la naturaleza. Entonces podremos libe­rar nuestros deseos sin apego, y después sólo espe­rar el momento propicio para que florezcan con­vertidos en realidad. Podemos estar seguros de que cuando el momento sea el indicado, nuestros de­seos se cumplirán. Ésa es la ley del menor esfuerzo.



CÓMO APLICAR LA LEY DEL MENOR ESFUERZO


Pondré a funcionar la ley del menor esfuerzo comprometiéndome a hacer lo siguiente:



1) Practicaré la aceptación. Hoy aceptaré a las personas, las situaciones, las circunstancias y los sucesos tal como se presenten. Sabré que este momento es como debe ser, porque todo el universo es como debe ser. No lucha­ré contra todo el universo poniéndome en contra del momento presente. Mi aceptación es total y completa. Acepto las cosas como son en este momento, no como me gustaría que fueran.



2) Habiendo aceptado las cosas como son, acep­taré la responsabilidad de mi situación y de todos los sucesos que percibo como proble­mas. Sé que asumir la responsabilidad signi­fica no culpar a nada ni a nadie de mi situa­ción (y eso me incluye a mí). También sé que todo problema es una oportunidad dis­frazada, y que esta actitud de alerta ante to­das las oportunidades me permite transfor­mar este momento en un beneficio mayor.

3) Hoy mi conciencia mantendrá una actitud no defensiva. Renunciaré a la necesidad de defender mi punto de vista. No sentiré la ne­cesidad de convencer o persuadir a los de­más de que acepten mi punto de vista. Per­maneceré abierto a todas las opiniones sin aferrarme rígidamente a ninguna de ellas.

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