Dame un punto de apoyo y moveré la tierra.

Dame un punto de apoyo y moveré la tierra.

somos agua pero todavía morimos de sed, aire pero aún no sabemos cómo elevarnos, fuego pero incapaces de dar calor, tierra pero nos asusta volver a ella, somos dioses con complejo de hombre, capases de crear un universo unicamente nuestro,pero nos falta amor, y fe.

¿Somos responsables de nuestra felicidad?

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En esta era de información intensificada, el poder no está en poseer el conocimiento, sino en tomar acción inmediata, aceptando total responsabilidad por nuestra felicidad y por la realización de nuestros sueños
A lo largo de la Historia, pocos han sido los momentos cronológicos que, debido a su aparente grandiosidad, hemos revestido con el misticismo y trascendencia con que hemos adornado el principio del nuevo milenio. Instantes como este suelen ofrecernos una ineludible oportunidad para hacer un alto en la estrepitosa carrera de la vida, y evaluar concienzudamente los avances, cambios o reveses que hayamos experimentado personalmente, como sociedad, o como parte de este hermoso y turbulento planeta. Haciendo uso de esta oportunidad, tan propicia para filosofar y profetizar, he decidido examinar un área a la cual he dedicado los últimos ocho años de mi vida: el éxito. Con el siglo XXI a la vuelta de la esquina, decidí analizar la historia de la humanidad en busca de la respuesta a uno de mis mayores interrogantes.

Parece ser que en algún momento a lo largo de la línea del tiempo que conecta la aparición del hombre de las cavernas y el día de hoy, algo muy extraño ocurrió. Poco a poco las personas comenzaron a perder control de sus vidas. Es como si de repente hubiésemos olvidado el poder interior que toda persona posee para ejercer control sobre su propio destino. O es posible que lo que realmente ha sucedido es que por alguna razón, tal vez sin quererlo, o tal vez por encontrarlo fácil de hacer, comenzamos a ceder a fuentes externas gran parte de la responsabilidad por nuestro éxito personal. Es como si voluntariamente hubiésemos decidido renunciar a jugar nuestro papel en el logro de nuestros propios sueños, quizás por desesperanza, temor, pereza o simplemente por cobardía.

Posiblemente todo comenzó cuando las civilizaciones antiguas comenzaron a creer y aceptar que su éxito, su bienestar personal y su felicidad individual dependían del rey, del emperador, del conquistador o del monarca de turno, y que si a él le rendían pleitesía y le pagaban tributos, él, a su vez, debía asumir la responsabilidad de responder a las necesidades de sus súbditos.

No obstante, aún después de recobradas muchas de las libertades perdidas y los derechos básicos del ser humano, como el derecho a la libertad, a la felicidad, al libre albedrío, muchas personas continuaron permitiendo que dicha responsabilidad reposara fuera de ellos, con la esperanza de que algún día, alguien, en algún lugar y de alguna manera, propiciara las circunstancias que les permitiera ser felices y alcanzar el éxito.

Para aquellos que a esta altura puedan estar preguntándose si no estoy llevando demasiado lejos esta postura, permítanme hacerles una pregunta: ¿Cuántos de ustedes conocen por lo menos a una persona que en algún momento, tratando de explicar un fracaso, no ha apuntado su dedo, buscando culpables a su alrededor?

Tan profundamente enterrado en nuestro subconsciente se encuentra esta actitud, que la mayoría de las personas poseen un variado arsenal de justificaciones, excusas, mitos, mentiras, suposiciones, y disculpas para justificar cualquier tropiezo. Curiosamente, lo único que todas estas disculpas tiene en común es que sitúan la culpabilidad fuera de sí mismos. Para la persona mediocre, su fracaso es el resultado de la discriminación, del sistema, de la falta de amor por parte de su familia, de apoyo por parte de los amigos, de la envidia de los demás, o simplemente de la falta de oportunidades. Los menos atrevidos culpan al destino, mientras los más sofisticados culpan a la situación económica, al sistema político o a las tendencias globales. Muchos hasta culpan a Dios por sus desventuras.

Lo cierto es que es fácil racionalizar nuestra mediocridad y encontrar culpables por nuestros fracasos, si de antemano hemos aceptado que la responsabilidad por nuestro éxito y felicidad personal no es enteramente nuestra. No obstante, independientemente de cual sea la excusa que optemos por utilizar para justificar nuestra mediocridad, hay tres elementos claros sobre todas ellas:
Si nos ponemos en la tarea de encontrar una excusa, con toda seguridad la encontraremos.

Si damos excusas, seguramente encontraremos aliados, que se unan a nuestra causa, o por lo menos personas que las crean.

El dar excusas no cambia la realidad de las circunstancias que buscamos justificar con ellas.

Así que después de muchos años de esperar vanamente que alguien hiciera algo por nuestra felicidad, después de muchos años de estar cansados, después de muchos años de clamar justicia y pedir oportunidades desde la comodidad de nuestro sillón favorito frente al televisor y de encontrar cuanta excusa es posible, hemos llegado frente al mayor de todos los paradigmas sobre la felicidad y el éxito en el nuevo milenio:

El cien por ciento de la responsabilidad por nuestro éxito radica en nosotros mismos. Debemos mirar hacia dentro y no hacia fuera, en la búsqueda de la responsabilidad, y de las respuestas a los problemas o circunstancias que podamos estar enfrentando. En esta era de información intensificada, el poder no está en poseer el conocimiento, sino en tomar acción inmediata, aceptando total responsabilidad por nuestra felicidad y por la realización de nuestros sueños.

Bien decía el poeta Amado Nervo, "porque veo, al final de mi rudo camino, que yo fui el arquitecto de mi propio destino". Ahora bien, una vez aceptado el hecho de que la responsabilidad por nuestra felicidad es totalmente nuestra, el primer paso es determinar en qué consiste, para cada uno de nosotros.

Autor: Camilo Cruz.

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