Así como la tierra se seca por falta de lluvias, y produce destrucción, pobreza y desolación, así también se consume el alma de las personas cuando no recibe el agua de vida que proviene unicamente de la fuente mas abundante e inagotable que es Dios, quien está siempre dispuesto a darnos de beber de su agua en todo momento para que tengamos vida espiritual en abundancia, y de esta manera podamos transmitirla a quienes carecen de ella, ya por desconocimiento o por falta de fe, lo cual - de no actuar inmediatamente - desemboca en una espantosa sequía espiritual, la misma que puede terminar con nuestros sueños e ilusiones.
Lamentablemente, el mundo materialista que nos rodea contribuye en gran parte a esta llamada sequía espiritual, puesto que los jovenes y los adultos, nos dejamos envolver por sus frivolidades y deleites momentáneos, convencidos de que eso \"es vivir\", y que mientras más gocemos la vida y vivamos el presente no necesitaremos nada mas para estar bien. Criterio por cierto erróneo, y que ha llevado a más de una persona a su autodestrucción, porque los placeres de la carne y del momento no llenan el alma, por el contrario, muchas personas se sienten más vacías y solas después de una larga jornada de intenso placer.
Me atrevería a decir que, muchas de estas personas viven en esta situación porque no tienen a Dios en su corazón; no han cultivado su espiritualidad y por lo tanto, viven en oscuridad y son analfabetas en lo relacionado a las cosas de Dios y lo que representa Él en nuestras vidas, algo por demás peligroso ya que frente a un quebranto - propio de la vida cotidiana - no tienen la suficiente fuerza espiritual para luchar y batallar, y se desmoronan facilmente, pudiendo en este trance cometer los errores más grandes, producto de ese estado anímico desesperado y fuera de sí, que los puede marcar para el resto de sus vidas.
Favorablemente, y hasta en el peor de todos los casos, hay una solución, hay una esperanza, y esa es Dios. Es la única, es la verdadera, es la que no es pasajera, sino para siempre; pero hay que buscarla, hay que llamarla y hay que darle un espacio en nuestro corazón. Hay que cultivar nuestro espíritu y nuestra mente, hay que dedicar tiempo a nuestra interioridad y a nuestra relación con Dios. Hay que meditar y reflexionar para poder actuar. Hay que regar diaria y permanentemente el barro seco de nuestra alma por medio de la oración. Hay que levantar los brazos hacia el Altísimo y pedir que inunde todo nuestro ser con su maravillosa agua de vida y nos libere de la sequía espiritual.
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