
Por duro que resulte aceptarlo, la gente que nos quiere de verdad, tratará de comprendernos hagamos lo que hagamos, y sobre todo si hacemos aquello que consideramos justo y necesario. Y la gente que no nos quiere, seguirá sin querernos hagamos lo que hagamos. No por satisfacer a unos y a otros, conseguiremos despertar su cariño; el que da su afecto a quien le concede sus gustos, nos quitará ese afecto al menor cambio de humor o de actitud por nuestra parte.
Sin dañar a las personas de manera fría y cruel, todos tenemos nuestros propios deberes que cumplir. Si cumplimos con aquello que necesitamos y vemos como indispensable para nuestro crecimiento, no haremos más daño a los demás que reduciéndonos a la inercia y la apatía. Además, las otras personas también tienen sus acciones que realizar, y vernos a nosotros decididos y claros en nuestros objetivos, podrá ayudarles mucho más que vernos sumidos en la incertidumbre.
¿Nos piden los demás permiso para actuar? ¿Cuántos de los que nos rodean, o de los que viven en nuestras calles y ciudades, cuentan con nuestra aprobación previa para dirigir sus vidas? ¿Y por qué nosotros estipulamos esas condiciones falsas acerca de la aprobación de los demás?
No proponemos un libre egoísmo, según el cual cada cual hace lo que quiere. Sólo defendemos la natural libertad de acción que tiene cada ser humano, sin herir a otros, pero sin herirse tampoco a sí mismo
.

No hay comentarios:
Publicar un comentario